Aun dentro de los márgenes del río cambiamos de orilla para asistir a un cambio importante en la composición sociofónica de los ambientes. A pesar de las obras cercanas, pasamos de un entorno que combina las actividades industriales con las turísticas a una predominancia de lo segundo. Como si de dos capas que acaso se disputan la centralidad, seguro se superponen de manera caprichosa, ambas tipologías ambientales se entrelazan para indicarnos en qué lado y en qué tramo del Támesis nos encontramos.

El ambiente que reproduce la grabación es característico del segundo grupo. Las sociofonías derivadas de la interacción lúdica y comercial son más evidentes en esta pista. Risas, declamaciones, explosiones de alegría, diversidad de fonéticas con un alto componente anglosajón, fenómenos que nos indican que estamos en un espacio de esparcimiento, de descanso. El ligero trajín de cuberterías, líquidos que cambian de recipiente, las terrazas consiguen lo que muchos años de evolución y deriva no han conseguido: separar el espacio de consumo del espacio de trabajo en los establecimientos de hostelería.

Sin embargo, la presencia del río y el espectro de la ciudad post-industrial no nos ha abandonado. Un helicóptero surca el cielo para recordarnos que nos sintamos seguros: la ciudad vigilada. El cíclico percutir de las aguas en los márgenes del río vincula esta pista con las anteriores, de la misma manera que el rumor de fondo de las actividades industriales. Si prestamos atención a la forma gráfica de la onda podremos comprobar cómo se trata de un esquema regular, sin demasiados picos y valles, lo cual nos informa sobre la volubilidad de la dinámica sociofónica particular. Dinámica que es cierta para el tiempo que dura la grabación, pero que no lo es tanto para la rutina global del ambiente. Un cartel dispuesto en las inmediaciones (Figura 7) nos avisa de la posibilidad de sonidos a gran volumen, sin duda fruto de las obras de restauración del puente de Blackfriars.

Las sociofonías asociadas a la interacción social pueden, en este caso, ser escuchadas y entendidas como un drone o zumbido de fondo. En este sentido es particular comprobar cómo prácticamente cualquier sonido ambiental puede serentendido como tal, siempre en función de nuestra relación situacional o global con el espacio en donde son percibidas. No será lo mismo escuchar un martillo neumático, una sierra sobre mármol o cualquier otro fenómeno derivado de las obras de construcción si estamos meditando a si estamos participando en la construcción. La actividad que desempeñamos siempre interfiere en nuestra lectura del fenómeno. Actividad que, en caso de no estar fijada a un espacio determinado o en caso de ser móvil, incrementa el potencial disruptivo de su espectro socioacústico.

Es esta una consideración que habría de ser tomada en cuenta a la hora de prever las repercusiones de las opciones en relación a la gestión del global urbano. Son muchas las denuncias que, por motivos de ruido, refieren a servicios municipales del orden de ambulancias, policía, bomberos, brigadas de limpieza o de intervención rápida. En referencia a esta reflexión cabe hacer otra de carácter simbólico y alcance político. La norma no escrita pero que se suele cumplir en casi todas las ocasiones parece ser la que enfrenta al sujeto con el colectivo de manera que se sanciona si lo propio del sujeto en términos sonoros se filtra hacia lo colectivo/público. Cuando ocurre lo contrario, es decir, que si lo que se lleva a cabo en beneficio del colectivo se filtra hacia lo propio del sujeto, la sanción no es tan clara, ni moral ni administrativamente. Esta lógica parece haberse transmitidopor contagio a situaciones en las que lo propio de un sujeto se filtra a lo propio del resto de sujetos en el mismo entorno. Así ocurre con las obras de construcción. Si las condiciones acústicas en donde se desarrolla una obra (pública o privada) amplifican la fenomenología sociofónica propia de dicha actividad no existe necesariamente una sanción, a no ser que el entorno curse quejas ante la autoridad competente.

Se trata de una lógica perversa a la par que común. No porque priorice los supuestos intereses de lo colectivo frente a lo privado, sino porque los despliega sin tener en cuenta sensibilidades, tipologías y fragmentaciones espaciales domésticas. Hasta el sentido común dicta sentencia: ¿Dónde se ha visto que antes de implementar unas obras de construcción se informe a los vecinos de la programación y duración estimada de las mismas? De nada sirven las medidas paliativas si no tomamos en cuenta otras de carácter preventivo. De nada sirve "luchar contra el ruido" si no revisamos los pactos que nos vinculan.