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Esta tarde es tranquila y me dispongo a sentarme en un sillón y estirar las piernas un rato frente a la ventana de una de las pequeñas casitas que hay en El Sitio, un alojamiento rural en la falda de la montaña, con el golfo a sus pies. En cuanto me acomodo y me dejo ir comienzo a escuchar el canto de algún pájaro... el motor de algún coche lejano... alguna voz, algún insecto...
(00:00) Lentamente voy extendiendo la perspectiva de la escucha... No es algún pájaro... Un manto de cantos dispersos e incontables producidos por los numerosos pájaros que revolotean y canturrean entre los árboles de los alrededores se extiende por la zona. A lo lejos, se perciben los motores de los vehículos que circulan por la carretera que une el golfo con la capital de la isla. Es una carretera lejana pero la exigencia de la subida (por el porcentaje de inclinación) adquiere un cierto protagonismo a través de los vehículos que, en dirección a Valverde, se ven sometidos a una auténtica prueba de potencia... No siempre circulan pero acaban dejando huella y al evocar alguno de ellos se hace más grave... hasta convertirse en un rumor sigiloso pero evidente, cadencioso y estable... que se mezcla con algún otro motor de otros vehículos que aparecen y desaparecen según por qué camino vayan, si suben o bajan, si están o no protegidos por el terreno, por las casas o los árboles...
(01:27) El canto de un urraca, más grave y compuesto por una serie de varios graznidos, se intercala, casi inaudible, en el mar de canturreos... lentamente se difumina enredado con el rumor de aquel coche que no deja de ir... venir... ir ... venir...
(02:10) Con el balanceo, los graznidos se hacen más graves y lentos... más pesados y solemnes... como si arrastrasen un gran peso... que les impide continuar... pero vuelven enmascarados de rumores y murmullos... y de nuevo se desvanecen...
(02:50) Un golpe triple, como de una piedra que cae sobre otra o de una máquina, irrumpe a lo lejos. Es breve y no se repite pero impregna mis oídos y revive... y vuelve... y vuelve... y se acelera... se acelera... hasta dejar tras de sí una resonante estela brillante...
(03:23) El campanario de la Iglesia de la Candelaria marca la hora imponiéndose a los pájaros que, indiferentes, continúan con su frenesí... algún graznido, algún ladrido... algún gallo... algún coche compiten por hacerse un hueco... El toque de campana no quiere desaparecer y entre tinieblas intenta resurgir insistente y dogmático...
(04:14) El fugaz zumbido de los insectos, en ocasiones imperceptible, resulta imposible de anticipar y por eso, cuando los identificas, te sorprenden... Son tan suaves y esquivos que muchas veces apenas se escuchan, otras parece que los escuchas pero te los imaginas sin estar... o se enredan en el recuerdo de alguna resonancia... algún rumor...
(05:07) La campana reitera su llamada...
(05:26) Pero ya no da la hora... liberada de sus ataduras, viene y va... avanza y retrocede, se repite y se camufla... Inconformista e insumisa, asalta la linealidad cíclica, con la que tendría que atrapar el tiempo. Y lo celebra envolviendo y acariciando el canturreo de los pájaros, los rumores imaginados, algún perro o las estelas invisibles que habitan en los sueños... un gallo...
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