La fenomenología de las concentraciones humanas posee unas dinámicas propias, ajenas a aquello que nuestra propia especie construye como lo "natural" y lo "artificial." Es común la confusión entre lo "natural" y lo "habitual," entre aquello que ocurre al margen de la acción e interacción humana y aquello que se deriva de la misma. La naturaleza también posee hábitos en el sentido de Bourdieu, de manera que la oposición cartesiana entre cultura y naturaleza pierde su sentido a medida que nos apartamos de las representaciones e imaginarios propios de nuestra especie.

A menudo las disciplinas que, como la bioacústica, se ocupan de estudiar los fenómenos sonoros en ambientes o entornos "naturales" parten de estas representaciones. A menudo se relacionan hipótesis con argumentaciones antropocéntricas, sin caer en la cuenta de lo estrecho que hemos tornado la noción de "transmisión cultural". Parece que lo cultura el es el campo de la investigación sin salida, hecho por el mero placer de investigar o con ánimo del enriquecimiento personal, sea este monetario o relativo al conocimiento.

De la misma forma que la oposición rural-urbano ya no es válida en tanto en cuanto los seres humanos estamos bañados por una serie de corrientes ideológicas (imaginarios, representaciones...) que determinan nuestras opciones, nuestras complicidades y preferencias, tampoco deberían existir, por tanto, diferencias entre lo que es humano y lo que no va más allá de cuestiones pragmáticas. La investigación científica debería trascender esta separación moral aun siendo consciente de su existencia.

Esta reflexión es más que perceptible desde el paradigma de lo sonoro. Desde este punto de vista un ambiente como el que documenta la grabación que comentamos debería ser análogo en sentido estructural a cualquier otro producido o que ponga en relación a otras especies animales. Evidentemente que los contenidos, las lecturas y/o las interpretaciones cambiarán, pero no debiera ocurrir lo mismo con las metodologías empleadas para su caracterización y análisis.Acaso, cuanto mayor sea el desarrollo de una especie a más detalles (variables contextuales) deberíamos atender, pero la base debería ser esencialmente la misma.

Desde este punto de vista, que busca un holismo disciplinario aglutinador de todos los saberes, la etología y la etnografía deberían compartir algo más que una metodología, debería compartir objetos de estudio y unidades de análisis. Si escuchamos detenidamente la pista que motiva esta reflexión observaremos una dinámica general teñida por leves pinceladas que poseen su relevancia fenomenológica. El proceso que sirve de argumento, de orientación a la interacción registrada es el transporte. Concretamente la espera a la llegada de un medio de transporte: una estación de metro previa llegada del tren.

Se trata, por definición, de un espacio en movimiento. El movimiento es ya un elemento estructural de lo sonoro, pues el sonido viaja nada más nacer, ocurre y desaparece generando una serie de corrientes o sugerencias en la orientación del comportamiento. Sugerencias que reverberan en los límites físicos de los espacios y originan, de este modo, discursos diferenciales. No es lo mismo un sonido que suena enclaustrado que uno que suena al aire libre, parece evidente. Asimismo, también el espacio físico y su construcción social afectan al comportamiento en términos sonoros. Una práctica hiperdecibélica discreta (un grito) registrada en un espacio cerrado y concurrido puede ser motivo para un contagio. De esta manera, y tal y como asistimos en la grabación, la llegada y estancia por un tiempo determinado de un grupo de niños en edad escolar, probablemente dentro de alguna actividad organizada por su centro de formación, puede generar lo que podría ser denominado un "trastorno sociofónico" (si se quiere, una "transformación de las dinámicas sociofónicas previas") que afecte bien a la dinámica general del espacio, bien a una dinámica puntual relacionada con la actividad que mayoritariamente se desempeña en dicho espacio.

Sin ánimo de violentar sensibilidades, pero con un pie en la intersubjetividad y la comparación entre especies animales, podemos asegurar que la infancia (las etapas tempranas de aprendizaje en todas y cada una de las especies animales) supone un aprendizaje por medio del ensayo-error muy similar al papel que los antropólogos desempeñan en las primeras fases de trabajo de campo en entornos hasta el momento desconocidos. El antropólogo o el etnógrafo ha de tomar el rol del "tonto del pueblo", de aquel que no se entera de nada, que constantemente está metiendo la pata, cometiendo errores, transgrediendo normas, subvirtiendo el orden establecido a fin de saber hasta dónde se puede estirar el orden social de un espacio. De esta manera, la infancia, como la práctica antropológica, podrían ser denominadas "industrias contaminantes". Quien haya vivido en las cercanías de un colegio de primaria sabrá perfectamente a lo que me refiero.

Sin embargo, estas reflexiones no son sino tangenciales a lo que aquí pretendemos describir, que tiene relación con las dinámicas de la fenomenología sociofónica de un espacio en concreto. La estación de tren, de metro, de autobús, de cualquier medio de transporte puede ser perfectamente entendida como un no- lugar en términos de Auge. Sin embargo, la experiencia cotidiana, el habitus del pasajero puede construirlo de maneras muy diferentes. Si entendemos que el reconocimiento y la apropiación simbólica de los espacios están directamente ligados a la predictibilidad de los ambientes sonoros (tal y como afirma Barthes), podremos entender que una vez asumidas las dinámicas generales de dicho espacio, éste pasa al terreno de lo familiar, de lo conocido y, si bien no necesariamente controlable, si en referencia a diferentes grados de permeabilidad, porosidad y estimación. Cuando uno ha experimentado un espacio un número determinado de veces, uno es capaz de no sorprenderse ante lo que ese espacio sonoro puede aportar.

De este modo, y si hemos viajado con suficiente frecuencia en tren o en metro, no nos sorprenderán los sonidos de los frenos del tren que se acerca a la estación. Podremos prever la posible necesidad de taparnos momentáneamente los oídos ante el rechinar de placas de metal que está por llegar. Conoceremos el discurso y el argumento narrativo en términos sonoros de la actividad del tren.

No ocurre lo mismo cuando somos ajenos a un espacio. Es por eso que, para la descripción y el análisis, es positivo combinar ambas perspectivas: entre el absoluto conocimiento y el absoluto desconocimiento, entre la capacidad para que todo sorprenda y el más amplio de los controles sobre lo que ocurre. La práctica habitual y cotidiana puede conducir a un efecto borrado5. Sin embargo, para que este efecto se dé deben estar claras las dinámicas bajo las que funciona el evento sonoro en cuestión: su predictibilidad. No ocurre lo mismo con uno de los elementos de la grabación, si bien es necesario ampliar el zoom de escucha para entender esta predictibilidad. Se trata de la sirena que aparece segundos después del inicio de la pista.

Las sirenas o, como también han sido llamadas, las sonotopías de la conmoción cotidiana (García, 2005) forman parte de los fenómenos comunes al entorno urbano. Son indicativas del tipo de sector desde donde practicamos laescucha, incluso a nivel simbólico6. Es un ejercicio saludable contar la cantidad de sirenas que deambulan cerca de los domicilios propios a fin de saber con certeza qué lugar ocupa el sector en donde nos hallamos respecto a la trama simbólica de la ciudad. Es cierto que existen sensibilidades diferentes a la hora de caracterizar estos fenómenos. Un colega español comentaba, ante la experiencia de un convoy policial por una conocida vía central a la ciudad londinense, cómo en esa ciudad tienen el gatillo fácil a la hora de encender las sirenas, que por cualquier ligero motivo se congregan varios coches de policía y montan un estruendo más propio de otras latitudes7. Este hecho no invalida, sin embargo, la hipótesis que acabamos de desplegar sino que supone una variante geopolítica en cuanto a la gestión de la visibilidad y la conmoción de la emergencia en términos sonoros.

Para acabar la reflexión cabría preguntarse, en un mundo cada vez más privatizado como el que hoy día practicamos, la permisividad heredada en cuanto a la visibilidad y el entorpecimiento de estas sonotopías de la conmoción relacionadas con la emergencia. Desde un punto de vista público y, por tanto, político la conmoción es justificable en cuanto se trata de un mal menor en relación a un bien común: la sirena rompe pero lo hace por un motivo, quizá para salvar una vida, seguro que para solucionar un problema. Lo que no es justificable es que, a medida que la gestión sanitaria pasa a manos privadas, estas dinámicas sigan poniendo en práctica estrategias propias de lo que nos atañe a todos. Una ambulancia privada debería ser sometida a otro tipo de legislación, aquella que regula las actividades privadas sonoras en la vía pública ya que su objetivo ya no es la sanidad pública sino el incremento de los beneficios de los intereses privados y como tal no puede y no debe participar del mismo régimen legal que aquellas manifestaciones en las que todos los ciudadanos concuerdan en que son justificables.