Desde la ventana de un edificio residencial son muchos los acontecimientos que es posible observar. Mientras ultimo los detalles de la primera expedición al campo, una vez familiarizado con las costumbres locales, me detengo cerca de 10 minutos a escuchar atentamente este ambiente de semiperiferia. Es problemático hablar de centro y periferia en una ciudad tan dispersa y con tantos enclaves y focos de actividad social como Londres. La ciudad clásica, de la que parte el eje centro- periferia poco o nada tiene que ver con esta metrópolis, en donde prácticamente cada distrito posee sus propias dinámicas internas y respecto al global urbano. Más aun cuando la ciudad se halla sumida en un proceso de remodelación, de readaptación cara a las olimpiadas que este mismo año se celebrarán. La inversión en infraestructuras es considerable, así como el agregado fenomenológico de su implementación. Ya la propia lógica de la ciudad es diferente de la de muchas otras ciudades de la Europa mediterránea. La reconstrucción, la remodelación, la actualización de estructuras son una constante a lo largo de una historia marcada por incendios y bombardeos. La injerencia de la política internacional, de los conflictos externos e internos ha marcado la deriva urbanística de Londres, de manera que su crecimiento no responde únicamente a pervivencias en cuanto al uso y la construcción social y arquitectónica de los muchos y muy diversos espacios que componen la ciudad. Su lógica es bien distinta a la que nos lega la herencia romana colonial y descansa, como digo, en la reconstrucción.

El ambiente sonoro que recoge el registro está dominado por fenómenos asociados a obras de construcción. Durante los cerca de 10 minutos que dura la grabación la presencia de fenómenos sociofónicos relativos a la construcción es constante. Sirenas y alarmas procedentes de vehículos de transporte de obra, como gruas o camiones; eventos relacionados con el manejo de materiales de obra; junto con otros fenómenos que hay que asociar al tránsito motorizado de personas y vehículos adquieren un papel importante en esta tipología de ambiente sonoro. Motores de diversas cilindradas, en stand-by o en movimiento, diferentes sistemas de frenado, cambios de marchas y velocidad, suponen el día a día de undistrito plagado de ampliaciones, actualizaciones o mejora de las infraestructuras existentes.

A mayores, son ligeramente audibles, poseen una presencia discreta, otro tipo de fenómenos que podríamos asociar a la vida urbana en general. Tráfico de motocicletas, de personas (pasos y voces), zumbidos ubícuos que nos indican la presencia de una línea de tránsito aéreo, sirenas de policía, bocinas de coches, verjas bajándose y todo un sinfín de pequeños detalles que nos indican las actividades que, durante el período diurno, son más comunes en el área.

También es posible percibir otro tipo de dinámicas no relacionadas directamente con las actividades humanas, como son el canto de determinado tipo de aves (que también podemos considerar voces o praxis fonética, en este caso, de orden etológico). En general se trata de aves urbanas, como gorriones, urracas o cuervos, de los que se dice que poseen una gran presencia en una ciudad cuyos imaginarios son ricos en historias relacionadas con sus actividades y ecosistemas.

Si observamos la forma de la representación gráfica de la grabación la forma de la onda, podremos observar que existe un zumbido continuo de fondo salpicado fundamentalmente de picos y con algún que otro valle. La dinámica propia de esta forma gráfica nos da pistas sobre lo común en un tipo de ambiente donde predominan las frecuencias graves. Los picos hay que asociarlos al funcionamiento de los motores de combustión fósil.

La escucha y la experiencia continuada de este tipo de ambientes me lleva a pensar en mi experiencia previa de lo privado frente a lo público. En cómo es ésta una diferencia puramente simbólica que, a fin de cuentas, es constantemente transgredida ya sea por desconocimiento o por desaire. Por desconocimiento, pues la ingente cantidad de obreros de la construcción no tienen la más mínima intención (quiero pensar) de irrumpir en domicilios ajenos. Por desaire, pues las instancias que gobiernan la decisión de dónde y cuándo se hacen las obras, del empleo de metodologías más invasivas o más discretas, poco tienen en cuenta las repercusiones de sus actividades. De este modo, por obra y gracia de un interesante proceso de abstracción fenomenológica, los operarios operan sin tener en cuenta su entorno, sin saber más que por indicios y señas contextuales si donde trabajan es zona residencial, industrial o dedicada al ocio. Aunque tampoco parece suponer esto problemática moral alguna para los operarios o para sus jefes. Dicho proceso de abstracción respecto al medioambiente más cercano parece producirse en virtud de la concentración en las actividades asociadas a la construcción (pero perfectamente podría aplicarse a otras actividades cuya incidencia en el medioambiente fuese del mismo calado que las que describo, como podría ser la hostelería o servicios municipales como el de limpieza de la ciudad). El operario se abstrae del ambiente únicamente salvando su entorno máspróximo en lo referido a práctica comunicativa, para estar alerta en caso de que otro operario se dirija a él o en caso de que ocurra un acontecimiento inesperado que ponga en peligro su integridad.

Parece ser esto una constante en la interacción contemporánea de la especie humana con su entorno en términos ecológicos. Nos domina, al parecer, una discriminación mediante la cual priorizamos lo inmediato y lo propio, de manera que obviamos o descartamos otros procesos que no nos llevan a ello. Pero tampoco somos conscientes en muchas ocasiones de lo propio. El operario que bien golpea con un martillo la pared de una vivienda, bien hace agujeros en la misma bajo cualquier pretexto, no se preocupa de qué hay al otro lado o de qué molestias o repercusiones puede generar su actividad. La lógica militar de "yo sólo cumplo órdenes" se extiende hasta tal extremo, de manera que no nos hacemos responsable de aquello que estamos hacienco. Es probable que a ojos y oídos de cualquier otro ser vivo (por ejemplo, y al hilo del episodio recogido por la grabación) aparezcamos como seres eminentemente ruidosos en el sentido popular del término "ruido": que generamos constantes interrupciones en procesos ajenos. Esta suerte de desprendimiento respecto a nuestros entornos nos coloca en una posición tremendamente agresiva. Si comparamos estas dinámicas con las que describe la bioacústica, descubriremos que no hay parangón humano para la noción de consistencia bioacústica, que alude a una presunta armonía (quién sabe si construida a través de la mirada sistemática) en las dinámicas biofónicas de los entornos en donde la especie humana no está presente o su presencia es marginal.

La constante disruptiva parece estar enquistada en nuestro hacer. El "ruido" parece, por tanto, más que un elemento aislado, más que una variable en la ecuación social de nuestra especie, una constante que viene repitiéndose a lo largo y ancho de la geografía sincrónica y diacrónica de nuestras actividades. Sonamos para nosotros mismos, poco nos importa lo que pueda haber a nuestro alrededor.